27 de marzo de 2020. Desde nuestras acciones de fe estamos llamados y llamadas a fortalecer los vínculos y las conexiones espirituales en tiempos de cuarentena y aislamiento. Dios nos llama a proteger la vida a pesar del miedo que infunde sobre nosotros y nosotras la pandemia. «Sin embargo, en calidad de comunidad religiosa mundial, afirmamos que, incluso en nuestra vulnerabilidad, confiamos en Dios, pues Dios es nuestra esperanza.» Compartimos este mensaje de el Consejo Mundial de Iglesias.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, 4 quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación.
(2 Co. 1:3-4)
Como representantes de las organizaciones ecuménicas regionales y del Consejo Mundial de Iglesias (CIM), compartimos los desafíos que afrontan nuestras comunidades alrededor del mundo debido al coronavirus, COVID-19.
Instamos a las personas de todas partes a conceder la máxima prioridad a hacer frente a esta situación y a contribuir de todas las maneras posibles a los esfuerzos colectivos para proteger la vida. Este es un momento de conexión profunda entre todos, a través de lo que decimos, lo que compartimos y lo que hacemos -y también de aquello que no podemos hacer- para proteger la vida que Dios creó con su amor.
En nombre de ese amor, es importante y urgente que adaptemos nuestras formas de culto y de comunidad a las necesidades de este periodo de infección pandémica, a fin de evitar convertirnos en fuentes de transmisión vírica, más que en medios de la gracia.
Nuestra fe en el Dios de vida nos obliga a proteger la vida a través de todas las medidas a nuestro alcance para evitar la transmisión de este virus. Proclamemos el amor incondicional de Dios de maneras seguras y prácticas que protejan la vida, alivien el sufrimiento y velen por que las iglesias y los servicios públicos no se conviertan en focos de propagación.
El distanciamiento social no significa aislamiento espiritual.
El distanciamiento social no significa aislamiento espiritual. Este es un momento oportuno para que todas las iglesias del mundo revisen su función en la sociedad a través de un ejercicio seguro del ministerio, de la prestación de atención y cuidados a los pobres, los enfermos, los marginados y los ancianos; todo ellos expuestos al más alto riesgo ante el COVID-19.
Las poblaciones de muchos lugares del mundo se encuentran confinadas en sus hogares. El confinamiento no implica que no podamos compartir una profunda solidaridad espiritual, en virtud de nuestro bautismo en el cuerpo de Cristo, que es uno solo. Podemos orar en casa. Podemos dar gracias a Dios y pedirle fuerza, curación y valor. Podemos demostrar nuestro amor por Dios y por nuestro prójimo en la abstención de reunirnos físicamente para el culto público. Muchas congregaciones pueden difundir sus cultos en línea o de forma digital. Además, los miembros y pastores de las congregaciones pueden mantener el contacto y prestar atención pastoral por vía telefónica.
La pandemia del nuevo coronavirus ha llegado a todas las regiones de nuestro planeta. Hay miedo y pánico, dolor y sufrimiento, duda y desinformación; tanto sobre el virus como sobre nuestra respuesta como cristianos. Sin embargo, en calidad de comunidad religiosa mundial, afirmamos que, incluso en nuestra vulnerabilidad, confiamos en Dios, pues Dios es nuestra esperanza.
Entre los relatos de sufrimiento y tragedia, también surgen historias de pura bondad y de amor extraordinario, de solidaridad; y formas innovadoras y sorprendentes de infundir esperanza y paz.
En este periodo de Cuaresma, nuestra peregrinación nos lleva a atravesar un desierto de sufrimiento, dificultades y tentaciones; de la muerte a la resurrección en una nueva vida con Dios.
El desierto se vuelve más hostil y temible con el COVID-19, pero estamos llamados a unir nuestros corazones en mutua solidaridad, a unirnos a quienes están en duelo, a transmitir paz a quienes sienten ansiedad y a devolver la esperanza a través de la solidaridad creyente.
Cuando nos domina el pánico y nos obsesionamos con comprar y acumular artículos de primera necesidad, se erosiona la solidaridad humana e incrementa la ansiedad. Al hacerlo, dejamos de ser instrumentos de la gracia de Dios en este periodo.
El desierto se vuelve más hostil y temible con el COVID-19, pero estamos llamados a unir nuestros corazones en mutua solidaridad, a unirnos a quienes están en duelo, a transmitir paz a quienes sienten ansiedad y a devolver la esperanza a través de la solidaridad creyente.
Reconocemos la necesidad de que tanto los dirigentes de los estados y de las comunidades como los dirigentes religiosos asuman un liderazgo responsable. Los gobiernos, a todo nivel, deben velar por un acceso apropiado y oportuno a la información, hacer frente a las situaciones generadas por la pérdida de medios de vida y de empleos, y, sobre todo, proveer acceso a agua limpia, desinfectantes y jabón; al alojamiento seguro y a una atención compasiva de los personas más vulnerables. Somos conscientes de que algunos de estos aspectos constituyen un reto para muchos gobiernos del mundo. Este es también un momento para reflexionar en profundidad sobre el bien común, el buen gobierno y los valores éticos arraigados a nuestra tradición.
En medio de esta grave crisis, elevamos nuestras oraciones a los dirigentes y a los gobiernos del mundo, y les instamos a atender de forma prioritaria a quienes viven en la pobreza, a los sectores marginados de la población y a los refugiados que viven entre nosotros.
En nuestra calidad de dirigentes religiosos, elevamos nuestras voces colectivas para destacar la necesidad de prestar mayor atención a las necesidades de las personas sin hogar, de los presos, de los ancianos y de quienes ya son padecen el aislamiento social. Asimismo, recordamos a aquellas personas que son víctimas del maltrato y de la violencia doméstica, para quienes el hogar no es un lugar seguro y pueden sufrir aún mayores niveles de maltrato y de violencia a medida que incrementa el estrés.
Por último, oramos también por quienes han sido infectados por el COVID-19, por sus familias, y por el personal médico y sanitario que pone su vida en riesgo para brindarnos tratamiento y medidas de prevención. Oremos por los responsables de la salud pública, quienes esperamos que, con la ayuda de Dios y con nuestra cooperación, serán capaces de contener la propagación del virus y evitar graves consecuencias sociales, económicas y medioambientales.
El amor de Dios todo lo abarca, y el Dios de la vida está con cada uno de nosotros, incluso cuando sufrimos.
26 de marzo de 2020
Rev. Dr. Olav Fykse Tveit, Secretario General, Consejo Mundial de Iglesias
Dra. Souraya Bechealany, secretaria general, Consejo de Iglesias del Oriente Medio
Rev. James Bhagwan, secretario general, Conferencia de Iglesias del Pacífico
Dr. Mathews George Chunakara, secretario general, Conferencia Cristiana de Asia
Sr. Gerard Granado, secretario general, Conferencia de Iglesias del Caribe
Rev. Fidon Mwombeki, secretario general, Conferencia de Iglesias de Toda el África
Padre Peter Noteboom, secretario general, Consejo Canadiense de Iglesias
Dr. Jørgen Skov Sørensen, secretario general, Conferencia de Iglesias Europeas
Rev. Jim Winkler, secretario general, Consejo Nacional de Iglesias de Cristo en los Estados Unidos de América