Texto bíblico: Mateo 4: 1-10.
Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre. Se le acercó el tentador y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.
Él respondió y dijo:
—Escrito está: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”
Entonces el diablo lo llevó a la santa ciudad, lo puso sobre el pináculo del Templo y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues escrito está: “A sus ángeles mandará acerca de ti”, y “En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra.”
Jesús le dijo:
—Escrito está también: “No tentarás al Señor tu Dios.”
Otra vez lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo:
—Todo esto te daré, si postrado me adoras.
Entonces Jesús le dijo:
—Vete, Satanás, porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él servirás.”
La experiencia de Jesús en el desierto, de alguna manera, representa a toda la humanidad. Seguimos viviendo la tensión entre ceder a la tentación de asegurar el bienestar personal, y gozar de los beneficios del poder, mediante atajos exprés o pagar el precio de una vida que se ofrece en servicio a los demás y que honra a Dios.
Después de 40 días de ayuno, Jesús se haya ante la disyuntiva de seguir el camino que le ofrece el tentador, el cual le asegura gloria y poder sobre pueblos y naciones, o ir por el camino de la entrega amorosa en servicio a la humanidad pagando el precio de la cruz. Su respuesta al tentador deja ver que para él no hay valor más grande que el de honrar a Dios, ofreciendo su propia vida por quienes ama.
Dolorosamente, muchos han cedido a la tentación de las ofertas exprés, y movidos por la codicia sin límites, están dispuestos a usar la violencia, obrar de manera corrupta y pasar por encima de los derechos y el bienestar de los demás, con tal de asegurar una tajada en la torta de la riqueza y el poder.
Las opciones que tomamos, a partir de los valores que adoptamos, es lo que nos define como seres humanos. Creer en Dios, como origen y sustento de la vida, nos llama a optar por aquello que promueve el bienestar de todos los seres humanos, sin exclusión alguna, la convivencia pacífica y en armonía con el entorno natural.
Hemos de discernir la voz, y la presencia, de Dios en aquellos y aquellas, que contribuyen a la defensa de la vida, la superación de las desigualdades y las exclusiones, y la construcción de una paz justa, al tiempo que rechazamos la invitación de quienes ofrecen atajos exprés para acceder a una falsa gloria y un poder que destruye y deshumaniza. De esta manera, al igual que Jesús, estaremos optando por honrar a Dios con lo que somos y con lo que hacemos.