A 503 años de la reforma protestante. Una fe comprometida con la realidad

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Por John Hernández

Al conmemorar 503 años de la reforma protestante, recordando la publicación de las 95 tesis en la puerta del castillo de Wittemberg por parte de un monje inconforme que fue capaz de desafiar las estructuras de su tiempo en fidelidad su conciencia, somos también convocados a asumir el compromiso de nuestra fe. Lutero fue un hombre inserido en su tiempo. Absolutamente comprometido con los sucesos de su época Más allá de sus aciertos y desaciertos, y lo que encontramos en él es un compromiso radical con el momento histórico en que le correspondió vivir. Cristianas y cristianos de diferentes tradiciones podemos recoger como legado común al humano enfrentando honestamente a su propia realidad

1. El ser humano comprometido consigo mismo

La historia de cómo el joven Lutero llega a hacerse monje, normalmente caricaturizada, no puede impedirnos ver el drama humano que esta por detrás. No es únicamente el asustadizo joven que huyendo de la muerte se refugia en el convento.  Por detrás, está la lucha de Lutero por encontrarse a si mismo. El miedo a la muerte, motiva el coraje de decidir en contrario de su padre, asumiendo su propio camino. Aun en el monasterio, al ver al fiel y devoto monje, entregado en el rigor ascético, encontraremos simultáneamente al ser humano que es capaz de sostener una lucha frontal con Dios.

Es muy común pesar en Lutero como un ser intransigente, incapaz de dar su brazo a torcer frente a sus contendores. Por otro lado, es importante que veamos a Lutero como alguien que fue capaz de repensarse a si mismo delante de su realidad, teniendo el coraje de corregir su rumbo. No solo al decidir entrada en el convento, sino aun en su propia relación frente a la realidad que vive dentro de la Iglesia misma.

Pero también es alguien profundamente comprometido consigo mismo. El emblemático momento de su confrontación en Worms frente a los absolutos poderes de su época, la Iglesia y el Imperio, nos refleja esta profunda actitud de compromiso con su propia convicción:

Si no me convencen mediante testimonios de las Escritura o por razonamiento evidente puesto que no creo al Papa ni a los concilios solos, porque consta que han errado frecuentemente y dicho a si mismo), quedo sujetos a los pasajes de las Escritura aducidos por mí y mi conciencia está cautiva a la Palabra de Dios.  No puedo ni quiero retractarme de nada puesto que no es prudente  recto obrar contra la conciencia.[1]

Este episodio, no solo refleja a un Lutero dispuesto a dialogar su postura, sino también a alguien consciente de si mismo y de sus convicciones.

2. El ser humano comprometido con su momento histórico

La fe no puede ser una alienación de la realidad, a Lutero lo llevará de forma permanente a opinar y actuar frente a los desafíos de su momento.  El teólogo va entenderse así mismo como profeta, con un doble compromiso con su Dios, quien lo llama, y con su pueblo, a quien es enviado.

El compromiso de Lutero frente a su pueblo es contestado permanentemente, en particular por los sucesos en torno de la guerra de los campesinos.  Allí es posible que cuestionemos, y con razón, el desarrollo de los acontecimientos y las posturas radicales del Reformador. Este suceso, sin embargo, nos puede servir de ejemplo de lo que estamos intentando exponer.  Su comprensión del evangelio no implica una alienación de la realidad, sino una acción decisiva frente a los hechos. Su fe le lleva a actuar de modo que debe estar dispuesto a equivocarse, pero no a omitirse.

Curiosamente la doctrina de la Justificación por Gracia y Fe, que ha sido acusada de llevar a los fieles a una pasividad frente al mundo, en Lutero garantiza un compromiso radical con la realidad.  Es este su permanente llamado a los cristianos.  Todos somos vocacionados como ser sacerdotes, cristianas y cristianos, totalmente pasivos delante de Dios, somos actores, actrices fundamentales en la acción de Dios frente al prójimo y el mundo.  Somos invitados a ser un Cristo para el prójimo. Esto puede ser referido de la premisa central de su obra la libertad del Cristiano:

El cristiano es libre señor de todas las cosas y no esta sujeto a nadie.
El cristiano es servidor de todas las cosas y esta supeditado a todos.[2]

La aparente contradicción se resuelve en el fundamento de  la libertad y la servidumbre plenas.  La fe que determina en hombres y mujeres una vida plena en libertad. Pero la fe no es solo una aceptación de verdades. La fe implica pasión, e identificación con la realidad en la que se cree. De esta manera, la fe liberadora en Cristo, nos libera para el amor. Es en el amor que quien cree asume una relación con el mundo de compromiso y servicio.  Es esta relación la que nos lleva a participar, desde la fe, en la realidad concreta y el momento histórico que le corresponde.

3. El ser humano frente a la cruz

La relación con la escritura como revelación de Dios en busca de una nueva relación con los seres humanos tiene un lugar teológico determinado y concreto para Lutero. Se trata de la cruz.

Esa nueva relación con Dios no se da desde la perspectiva del suceso, sino justamente en la experiencia del fracaso.  La cruz, como clave de interpretación de la Palabra de Dios, debe también ser clave de interpretación del mundo. No es por medio de manifestaciones de poder y fortaleza que la realidad será trasformada. La presencia de Dios, revelado sub contrario, nos permite leer el mundo de forma tal que nuestro actuar y pensar, estarán cargados de nuevo sentido. Es en la transformación de la muerte en vida, en la lucha contra los sistemas de exclusión y abandono que se manifiesta la gloria de Dios. Se trata de encontrar en la identificación de Cristo con el sufrimiento humano el auténtico verdadero camino para la liberación de ese sufrimiento.

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Si queremos preguntarnos por la pertinencia del discurso de Lutero para nuestra época, deberíamos preguntarnos primero por aquella estructura profunda que sustenta dicho discurso. Mas allá que un formador de una nueva estructura religiosa, debemos encontrar en Lutero una vivencia de espiritualidad de compromiso. Esta espiritualidad es la que le lleva a tener un discurso pertinente, no exento de las contradicciones propias del carácter humano, pero fundamentalmente un discurso arraigado en la acción concreta, y profundamente dependiente de una relación con Dios.

Hoy al preguntarnos por la pertinencia y actualidad del pensamiento teológico del reformador, en particular desde nuestra realidad colombiana, debemos prestar atención a la capacidad que tuvo de repensar a Dios, a si mismo, de releer la escritura a partir e su encuentro con el Cristo crucificado como mediador de esta nueva forma de mirar.

Dios nos desafía para que asumamos, la tarea de vivir nuestra vida, de cara a la realidad en que nos ha correspondido vivir nuestra fe.

[1]      Giacomo CASSESE & Eliseo PÉREZ-ÁLVAREZ (Ed.) Lutero al habla, p. 334.

[2]      Giacomo CASSESE & Eliseo PÉREZ-ÁLVAREZ (Ed.) Lutero al habla, p. 150

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