“Cuando me ofrecieron entrar en la Escuela de Acción Noviolenta, dentro de mí había muchas expectativas, porque yo decía –la iglesia es de orar, de ir a la escuela dominical, de entender la palabra, pero no ser hacedores de la palabra–. Y uno de los módulos tuvo un inicio con el pasaje del acto violento de Caín, y sí, uno mira eso como un acto violento, pero dentro de ese acto hubo consecuencias que implicaban ser noviolento, y vimos que se podía actuar de otra manera, mirar las cosas desde otra parte”.
Faridys se describe como una mujer con un antes y un después. Es una persona abierta al cambio, sensible, honesta con sus sentimientos. Tiene muy claro lo que piensa, lo que siente y lo que quiere.» Uno debe ser honesto con lo que piensa, lo que siente y lo que cree”. Es una mujer que lucha, que ha asumido el compromiso con otras y consigo misma de vencer el machismo reinante, siempre pelea entre la sumisión y la sugestión, y es consciente de que esas actitudes han sido fatales para muchas de ellas. “Entonces he sido una rebelde”.
El antes y el después lo marcó su divorcio, atravesado por historias de violencia de género. “Yo desde niña sabía que el matrimonio era para toda la vida. Sin embargo, me separé. Mis hijos en un primer momento se quisieron quedar con el papá y eso para mí fue muy duro. Me cuestionaba si había sido una mala madre; pero con el paso del tiempo, y con lo que fui aprendiendo, me di cuenta de que no había sido mala, pero que había cosas que tenía que corregir, que cambiar desde el amor, y así lo estoy haciendo”. No se arrepiente de su decisión, pero está dispuesta al cambio.
Lastimosamente la violencia intrafamiliar atraviesa la vida de muchas mujeres en los departamentos de la costa Caribe, y la ciudad de Montería es epicentro de muchos de los casos que se presentan. Según reportes del Instituto Nacional de Salud y de la Policía, durante 2019, ocho de cada diez casos de violencia intrafamiliar que se registraron, involucraron a mujeres, y nueve de cada diez casos de delitos sexuales, son contra mujeres, en su mayoría menores de edad. En medio de esta realidad Faridys se asume como mujer de cambio.
¿Una anécdota? “Mire, en mi trabajo en la rama judicial una vez llegó un señor, él vivía con su familia en el campo; ante la situación de amenaza, decidió mandar a su esposa y sus hijos a otra parte, y cuenta que llegaron esos señores, lo amarraron, lo golpearon, lo torturaron y abusaron de él, – tengo pesadillas, no puedo dormir nos decía –. Eso lo había contado dos veces no más. Uno quisiera abrazarlo y decirle, ya pasó todo, pero ese dolor no se quita fácilmente. Ni su esposa sabía lo que había sufrido, porque no se lo ha querido contar. Salí con una tristeza en el alma”.
Antes de estar en la ESAN, Faridys actuó como funcionaria. Ahora, después de la
Escuela, dice que su reacción sería diferente. Eso lo dice porque ahora no solamente ve la violencia desde afuera como viéndola pasar, sino que la siente, no la separa de su vida y de lo que ahora sabe.
A pesar de sus estudios, su especialización y su experiencia de trabajo en el juzgado con todo tipo de víctimas, afirma que el aprendizaje viene de la experiencia. Después de la ESAN sabe que una de las cosas que se tiene hacer primero es escuchar, escuchar para entender, luego aprender y desaprender “ser resiliente”. Ella agradece el cambio que implicó la ESAN, esa posibilidad que le dio ese espacio
de renovarse, de ver las cosas desde otros puntos de vista, pero también de aprender que lo que se hace en la iglesia, lo que se vive y se aprende ahí, se relaciona con la realidad y con lo que pasa en el día a día.
“¿Un mensaje final? Primero debemos creer en nosotras mismas y creer que existe
una mejor forma de vivir, que podemos cambiar, transformar, tener fe y ser hacedores de lo que queremos. Cuando duele en carne propia se transforma. Darle las gracias a la ESAN por eso y por ayudarnos a ver que el poder emana de uno”.
Tomado de la Revista Escuela de Acción Noviolenta, septiembre 2020
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